Lo que hay que oír, que no somos sordos.
Existimos seres humanos con buen oído para sorprenderse con el encanto sonoro de un turpial y otros que no distinguimos la diferencia que hay entre la Filarmónica de Berlín y el pentagrama de un latonero.
Los de arriba perciben, desde su tierna infancia, la voz de la mamita y los de abajo arman berrinche monocorde porque no les acercan la teta. Bueno, para ser justos, todos.
Y en este planeta, donde la música se fundó en el paraíso terrenal cuando la serpiente les silbaba, sibilinamente, malos consejos a Adán y Eva, empezó ese discurrir de la música que luego continuó con Garzón y Collazos, los Carrangueros de Ráquira y Los Panchos. ¡Aleluya! Qué majestuoso desorden; parecen una papayera en Ayapel distorsionando porros y fandangos. Tienen que oírlos con ese alboroto en que no sabemos cuál es la música y cuál es la pólvora. Pero sabemos que es ‘María Varilla’ lo que resoplan.
De todo hay, como en Corabastos. Sentimiento a la vez endeble y a la vez rígido como cuando oímos las amarguras plenas de resaca de José Alfredo Jiménez: ‘no me amenaces/ no me amenaces y etc….
Vamos con el canto, con los cantares, donde la voz humana se transporta y nos transporta; donde deja de ser para manifestar un corriente saludo para llegar ser una majestuosidad musical que nos devuelve a la sensiblería.
En este Edén de contrapesos nos encontramos con Enrique Carusso y Oscar Golden. Todo es válido mientras no ofendan nuestro ofensivo espíritu como J. Balvin y Maluma, ese encantador dueto de la cursilería, de letras escritas por pornógrafos- perdón a la pornografía, pido-, que son un atentado de lesa musicalidad.
Quedémonos con esa estentórea y dominante altura de Nino Bravo, de Rafael, de Paloma San Basilio. De nuestro llanero desaparecido trágicamente como Nino: Luis Ariel Rey: ‘Yo soy como el espinito/ yo soy como el espinito/ que en las sabanas se orea…
Existió sí, esa resplandeciente sonoridad que se desplazaba ‘del estero al morichal’, como cuando Arnulfo Briceño consagró en una magnífica canción que terminó siendo el himno oficial del departamento de Meta, -siendo él nortesantandereano- : ‘Ay, mi llanura’. Embrujo verde donde el azul del cielo… Me la sé de memoria cuán larga es y creo que soy de los pocos colombianos que tienen ese ejercicio mental a su favor. En el bar del hotel en Guaduas, que tenía puertas a la calle directamente, llegó un grupo de arpa, cuatro y lo otro, que ustedes saben. No recuerdo cuánto les pagué para que la repitieran hasta que me la aprendiera. No conté el gasto sino la inversión. Es efectivo en mi memoria.
Y ahora se escuchan boberías de unos jovencitos como si estuvieran cantando marihuanerías en Puente Aranda. Las ‘nuevas generaciones’ se perdieron. ‘ Nuevas’ no hay ni de compositores, pues se nos fueron Jaime Llano, José Alejandro, Milciades Garavito, Luis María Carvajal, Emilio Sierra, el gran fusagasugueño que si nos dan un trago ‘nos lo tomamos/ nos lo tomamos.’…Después sigo con mis sonoras historias. Mi saludo.
0 37827 Me Gusta
2 comments
Excelente editorial Kekar, un fuerte abrazo para uno de mis favoritos periodistas de mi patria querida
Da gusto leer esas líneas. Kekar las entreteje y las vuelve pura poesía
Comments are closed.