Conocí la bravía historia de Zenaida Rueda Calderón,[1] una mujer santandereana y campesina indomable, en un libro que compré tirado en una venta callejera. Zenaida echó bala y se enmontó durante 18 años en las FARC, manejó la central de radio y se ganó un puesto en el anillo de seguridad del “mono Jojoy”. La reclutaron un día soleado de noviembre de 1991, el año de la nueva Constitución, cuando estaba “de chanclas y pantaloneta”, en el corregimiento San Pedro de la Tigra de El Playón, una tierra caliente, hermosa, olvidada. En 1989 anduve esos parajes de nuestra geografía olvidada, donde abunda la vida verde y se tiene poca esperanza de futuro. Entonces era concejal de la martirizada Unión Patriótica y me impactó sobremanera como los campesinos mataban los peces que pescaban con sus atarrayas: les mordían la cabeza de un tajo, sin dolor ni suerte.
El Playón era un entonces un caserío pobre y gris, cuyas gentes vivían cruzadas y atormentadas psicológicamente por la tragedia de 1979, cuando el rio creció endemoniado y se llevó casi todo, incluido 300 pobladores infelices. Ese evento es como la fundación del pueblo que, con la violencia del conflicto armado, años después, puso al municipio en el mapa. Hubo una época que la mayoría de los jóvenes se empleaban arriba en la cordillera oriental como raspachines de coca. Por allá en 1994, el comandante Bernardo de las FARC, nos contó en Cachirisito a un equipo de la UIS, que ellos tenían un sembrado de coca en el páramo, solo para ayudar a las familias de los guerrilleros lisiados y caídos en combate. Una forma macondiana y pura de solidaridad.
“Me fui sin despedirme de mi familia y nunca más la volví a ver”, cuenta Zenaida. Se enganchó con la guerrilla en una época en que “tomaba mucha cerveza” y tenía muy arrugado el corazón, porque “mi papá se emborrachaba y le cascaba a mi mama, barría el piso con ella”. Por allí la violencia intrafamiliar manda, es campeona y marca la vida de mujeres y familias, como sucede en toda Santander, diariamente, sin límite ni pudor ni dolientes.
Zenaida ha sido una mujer pragmática, disciplinada y muy inteligente, que uno no sabe si admirar o criticar. Una de esas mujeres de fuego que les han forjado rumbo a estas tierras silentes. En 2009, desmoralizada, hastiada de las balas, del peligro y extrañando a sus hijos que había dejado por ahí tirados, desertó con un secuestrado del campamento de “Romaña” en el páramo de Sumapaz. Años después en tiempos de paz de La Habana, en Llorente, Nariño, le pregunté al mítico “Romaña” por ella y me dijo que “estaba cansada de la guerra y era débil”. Fue valiente como nadie, creería yo.
Al comparar los guerrilleros santandereanos, “donde no había narcotráfico”, con los del Bloque Oriental, Zenaida concluía que sus paisanos eran más educados, ayudaban a la población civil y estaban muy convencidos de la lucha; en cambio, los de allá eran unos “patanes”. Uno de nuestros muchos mitos fundacionales dice que el santandereano se mata trabajando para que sus hijos puedan estudiar, la convicción moral del “mijo estudie” que ha sido poco estudiada. Para muchos, igualmente, otra de las ilusiones vitales de nuestros padres, es algún día poder construirle el segundo piso a la casa que con tanto esfuerzo ha levantado.
La historia es pedagogía viva y ayuda a comprender este mundo muchas veces descarriado y loco, por ello la exiliaron de los currículos. Es como un espejo de piso que nos muestra a diario los demonios, las perversiones, y lo que nos ha hecho feliz. Esa historia, que poco conocemos, nos enseña que los santandereanos hemos decidido con una racionalidad y firmeza asombrosa, tanto tomar las armas un día, como abandonarlas el siguiente.
Son pocos los guerrilleros de esta tierra que llegaron al final de la guerra con las FARC, muchos ya no están y otros se cansaron y deambulan por ahí, reintegrados a la sociedad. Son más conocidos los lideres que han sido del ELN. Recuerdo mucho a Omar Gómez, estudiante de biología de la UIS; radical y disidente, pintor y artesano creativo, polémico, que siempre hablaba y miraba como rayado, desconfiado de la vida, del otro. Omar dos Camisas, le decíamos en la universidad, porque efectivamente siempre vestía dos camisas, dejó en los comedores un mural emblemático que hasta hace poco aún adornaba el salón. Un día se cansó de las amenazas y se alineó con el ELN, era de una familia humilde de Girón, trasegó medio país y terminó su ciclo vital en abril del 2016 como “el comandante Alejandro” en el Chocó, cuando un operativo de la Armada lo sacó de esta vida. No creo que fuera peligroso, era soñador y utópico y no vio otro camino para “ser alguien y reconocerse” que integrarse equivocadamente a la guerrilla, en un ciudad áspera y excluyente como era la Bucaramanga de los 90. Vivía entre las comunidades indígenas, con sus perros, al mando de un puñado de guerreros, ayudándoles a sus “hermanos mayores” y los raizales negros en resolver lo duro de la vida,
Un buen día, su hija Valentina, sintió la necesidad de conocer su padre cuando tuvo uso de razón, y con ella me envió una acuarela de un paisaje hermoso de la selva chocoana llena de colores vivos, azules, rojos y amarillos, en cuerpos de mujer, en frutos carnosos y animales libres. Sin duda que estaba harto de esa vida dura, como Zenaida, quien todavía vive por ahí, quien sabe dónde, feliz de haberse salvado de la tragedia de la muerte, con sus hijos, buscándose la vida, disfrutando su segunda oportunidad sobre la tierra; alcanzó a soñar más allá de las montañas.
*Candidato a Doctor en Estudios Políticos de la Universidad Externado de Colombia
[1] ZENAIDA RUEDA. Confesiones de una guerrillera. Planeta, 2009.
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2 comments
La de Omar y otros muchos jóvenes que se llevó la violencia política fue una vida desperdiciada inútilmente. No creo que haya sido su decisión el irse de combatiente, más bien que fue empujado a ella. Asaltaron su utopía y lo persiguieron por haberse atrevido a hacer respetar “La Gallera” de la UIS, como escenario cultural, de la pretensión politiquera de quién fungiera como vicepresidente de Ernesto Samper y hoy lo hace como Senador de la República. Tenía arrestos para haber sido un artista notorio, antes que una cifra estadística del conflicto. Como él, muchos. Como Zenaida, igualmente. La paz es un derecho que los colombianos jamás alcanzaremos. Este es un país mal pensado desde el comienzo y dudo que tenga un futuro distinto al que “le tocó” por orden de quienes han fungido como sus dueños.
No somos capaces de resolver un atasco de tráfico, mucho menos de darle salida a la paz para que circule libremente por los caminos de Colombia.
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