Al final no fue la “peste del insomnio” la que invadió a Macondo, sino… “la peste del odio”.
El debate político en redes sociales en Colombia está saturado de una emoción y un lenguaje: el odio.
El odio no es solo un sentimiento primario del ser humano, es una enfermedad mental, una peste, contagiosa y letal, no me cabe duda. Algunos dirán que la peste es Petro, otros que Uribe, algunos culparán a uno o al otro de haber generado el odio, pero la realidad nos dice que la verdadera peste es el odio.
Como enfermedad es un sentimiento de aversión u hostilidad hacia algo o alguien que puede ser individual, pero en la mayoría de los casos es colectiva, social y psicológica, y es producida por el rencor, la rabia o el miedo espontáneos (como consecuencia de un agravio sufrido en el pasado) o artificiales, deliberadamente producidos por algún agente (cuando alguien se propone recordar y revivir permanentemente ese agravio, o inventarse uno ficticio, para obtener una reacción y consecuentemente algún provecho)

Al igual que ocurre con el cáncer en el cuerpo físico en donde la mala alimentación, la falta de ejercicio y un ambiente ácido (mental y físicamente) facilitan la aparición de la enfermedad; a enfermar de odio contribuyen consumir y difundir contenidos con un mensaje violento, agresivo, irrespetuoso, grotesco; la falta de ejercicio mental para desarrollar el pensamiento crítico y poder así discernir el mensaje; y por supuesto, el interactuar frecuentemente con personas ya contagiadas, sea para respaldarlas, responderles contradiciéndolas, o simplemente para opinar sobre el tema.
Una forma de prevenir contagiarse, es no contestar ni replicar ese tipo de mensajes. El silencio es un antídoto. La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor, dice el proverbio.
El ambiente (ácido) mas propicio para este trastorno social son los fanatismos, políticos, religiosos, o ideológicos, tan usualmente promovidos por estos días por algunos liderazgos políticos con el propósito de dividir, de polarizar, de confrontar a los individuos para manipularlos y obtener su respaldo y así lograr el poder, o mantenerse en él.
Los individuos humanos tienden a seguir con mayor facilidad al que los une para atacar y destruir una amenaza real o ficticia, que al que los junta para construir o ayudar. Por una razón elemental, a los primeros los une la emoción, el instinto básico de supervivencia, la reacción y necesidad de unirse para enfrentar una amenaza inminente (real o imaginaria); en tanto que lograr lo segundo, requiere de pensar, dialogar, ponerse de acuerdo. El primero es una reacción, un reflejo; el segundo requiere tiempo para razonar.
Con la aparición de las redes sociales, el odio se ha convertido en el mecanismo mas rápido y útil para construir falsos y fugaces liderazgos a partir de muchos likes y compartires con el fin de lograr el respaldo del grupo para obtener influencia y poder, eso no es nuevo, ocurría en las turbas fanáticas religiosas de los siglos XV a XVII en las que rápidamente se difundía un rumor como verdad, se prejuzgaba y condenaba sin juicios, razones ni pruebas y finalmente se eliminaba el “peligro” en la hoguera o en la horca. Los líderes de la turba eran reconocidos como ciudadanos ejemplares y finalmente eran premiados con poder.
El asunto pasa por considerar equivocadamente que la causa de un problema es la existencia de otro que piensa, habla o actúa diferente, y no es así.
En algún tiempo fueron las brujas y los herejes, los científicos que rebatían las tesis dominantes de la época, ahora son los comunistas, socialistas, progresistas, ateos y homosexuales, los rebeldes, los inconformes, los “resentidos”, los “vándalos”.

Colombia está enferma de odio, unos porque adquirieron la enfermedad espontáneamente (sufrieron un agravio, un trauma y quieren venganza, las víctimas de las atrocidades de la guerra) , otros porque les hicieron creer que si alguien piensa distinto a ellos es entonces una amenaza, un peligro, un enemigo, sienten amenazadas su fe, sus creencias, sus valores, sus bienes su vida, ¡todo! fueron contagiados con algún propósito.
El miedo y la rabia son precursores del odio. Es sencillo, primero te hacen sentir miedo, luego rabia y finalmente cuando sientes odio, sin saberlo, ya te has convertido en el instrumento perfecto para cualquier causa o propósito que desee el manipulador: o atacar a algo o a alguien, o elegir a quien decida el manipulador: un tercero o él mismo.
Los políticos lo saben. Un tal Jota Pe Hernández maneja esa técnica a la perfección, es senador de la república, dice ser “predicador cristiano” de la doctrina del amor de Cristo, como influencer que es, influye sobre muchas personas, lo escuchan y ven muchos. Este “predicador del odio” podría ser un ejemplo perfecto de como los políticos usan el odio para construir liderazgos tan ficticios y fugaces, como destructivos.
En otra orilla, están personajes como el “influencer” de la red X, Levy Rincón, quien también hace un activismo político de odio y violencia verbal. Es inaceptable que personajes como estos sean los que influyan en nuestras decisiones políticas y mas aún, que sean nuestros “influencers” que además, acudan a sus espacios y entrevistas importantes actores políticos y otros, verdaderos formadores de la opinión política nacional.
Un sector de la política colombiana hace lo mismo. A Petro por ejemplo, no le hacen solo oposición y bloqueo institucional, a Petro lo odian. Es la bruja, el hereje, el socialista, el homosexual, el chirrete, el ex guerrillero que algunos quieren golpear y linchar para hacer justicia por todo lo que les hicieron en la guerra. Por eso hablan de sacarlo, y literalmente de “eliminarlo”. Muchos incluso lo odian sin saber porqué y si se les pregunta, no lo tienen muy claro.
El odio explica porqué algunos magistrados (que debieran dar ejemplo de tolerancia y respeto) rompiendo el orden y la costumbre institucional, además de todos los protocolos de respeto y decoro por la dignidad presidencial que Petro obtuvo en las urnas, se niegan a posesionarse ante él como presidente de la república que es.
Pudiera decirse que es meramente un acto simbólico, que no pareciera tener ninguna trascendencia, pero es un acto que expresa desprecio, animadversión, simple y llanamente: odio.
Del otro lado tenemos otro ejemplo, Bucaramanga, en donde al alcalde Jaime Andrés Beltrán, algunos de sus adversarios que dicen hacerle oposición, lo odian, por ser pastor, o porque no les dio, o porque les quitó sus parcelas; otros por alinearse a la derecha, por defender sus principios y creencias, por ser y pensar distinto, por simple rencor, al punto que casi nunca logran algunos de sus “opositores” opinar sobre sus acciones y opiniones políticas sin insultarlo a él o a su familia, o sin llamarlo despectivamente “el pastor”, otros, incluso, han llegado al punto de referirse despectivamente a alguna secuela física -casi imperceptible- que le dejó un accidente con pólvora cuando era niño. Lo mas irónico es que algunos de quienes optaron por hacer esto último, también tienen secuelas físicas. ¡Absurdo!
Eso no es oposición, eso no es debate, eso no es sátira, ni caricaturizar, tampoco es un argumento, es simplemente: odio.
Estamos enfermos de odio y lo peor, es que no queremos aceptar que lo estamos. La cura solo vendrá cuando lo aceptemos. Mientras tanto seguiremos confundiendo hacer activismo y oposición en el debate político, con insultar, agredir y desear la eliminación física del otro, mientras marchamos y pedimos a gritos: “no mas lenguaje de odio”…
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