Ya no recuerdo la época del año, pero lo que sí recuerdo, era que estaba en Barrancabermeja, y los que han estado allí, saben que el calor y la humedad, en ocasiones supera la capacidad de tolerancia.
Allí, el viento trata con inusitada indiferencia a los árboles, y como si de un racionamiento se tratase, pasan horas en las que pareciera que estos, los árboles, fuesen artificiales porque, no se mueven.
También recuerdo que eran las 7 de la noche, y que ese día, en particular, hacía más calor que de costumbre, al punto que la camisa se me pegaba al cuerpo, por el sudor, como si acabara de salir de debajo de una ducha caliente.
Entre tanta gente, yo estaba sentado en una banca de madera que da al frente de una plazoleta en el primer piso de una edificación de tres, a la que el paso de los años la ha golpeado sin clemencia. Repasaba, sin mucha concentración, la nueva ley que acababa de entrar en vigencia en Santander, y que gobernaba el procedimiento penal en Colombia, al que se le llamó, sistema acusatorio, y de vez en cuando, respondía con alguna frase tranquilizadora, dirigida más para mi que al que me formulaba la pregunta constante que se le hace a un abogado penalista en tiempos de tempestad: “¿Cómo ve el caso abogado?” En ese lugar, había más abogados, todos dispersos entre las esquinas, algunos hablaban entre sí, otros con los policías, y otros trataban de aniquilar tanto zancudo como le fuera posible. A todos nos unía una misma sensación: la incertidumbre de lo que ocurriría al interior de la sala de audiencias del palacio de justicia.
En aquella plazoleta, de no más de 70 metros cuadrados, había policías –muchos- unos vestidos de civil con sus chalecos reflectantes con la palabra SIJIN (Seccionales de investigación judicial y criminal) y otros con el uniforme color verde oliva, todos muy bien atalajados, todos armados, todos con la mirada seria y ceño fruncido, como si los que allí estábamos tramasemos algo. Y sí, a todos los policías, les faltaba los grilletes de metal, a los que, desde la edad media se les llama “esposas”.
También, había niños, unos apenas de brazos, otros un poco más grandes corriendo, incapaces de comprender lo que en ese recinto ocurriría esa noche y a lo largo de algunos días. Igualmente, algunos de pie, otros sentados en el piso de aquella calurosa plazoleta interior, hombres y mujeres, algunos muy jóvenes quizás de último grado de bachillerato o primíparos de alguna universidad, otros no tanto, y otros a los que el tiempo se les acaba. Estos hombres y mujeres tampoco comprenderán mucho lo que acontecerá, pero de lo que sí estaban absolutamente seguros, era de que era grave, y de que, habría consecuencias, porque uno o algunos de sus seres queridos estaba allí, capturado por haber causado la muerte de un hombre, de un ser humano, y otros, por haber estado allí, presenciando como sucedía.
En una esquina, el Fiscal, también sudando, junto a la madre, padre, hermanos y el abogado de la víctima, del fallecido. Sabe el Fiscal que debe convencer al Juez, de que han sido ellos, los capturados, quienes han dado muerte al hijo, y hermano. Siente la presión del ambiente y de la sed de justicia, traga saliva, y con su húmedo pañuelo seca su cien. En la otra esquina, periodistas, algunos con cámaras fotografías, otros con grabadoras, filmadoras, luces tan incandescentes que hacían ver la noche tan clara como el día. Todos quieren la mejor ubicación, la cara de los acusados cuando escuchen que serán enviados a la cárcel- esa foto es la que vende-, y la de las víctimas sobrevivientes, llorando con la cabeza gacha cuando escuchen cómo le han quitado la vida a su ser querido.
En la otra esquina, los capturados, todos hombres, llenos de esa juventud que te hace pensar que puedes conquistar el mundo y que, tus actos, no tendrán consecuencias ante la Justicia de los adultos, como cuando eras menor de 18 años y tus acciones son revisadas por un juez de menores. Sus caras, las de unos, no indicaban o reflejaban preocupación alguna, pero la de otros, pálida, como sin vida, sin esperanza, era la señal de que algo serio y malo había ocurrido y quizás, habían hecho. No dieron crédito cuando los de la SIJIN, fueron hasta sus casas, y golpearon tan fuerte a la puerta que, parecía que fuese a caer. A cada uno, les dieron a conocer la orden de captura proferida por un Juez, por el delito de homicidio. Aún estando en la plazoleta, algunos no dimensionan la gravedad del asunto, pues reían, de nervios seguro, pero la mamá del muerto no piensa igual. En fin, allí estaban esos 7 hombres, en ese teatro judicial a la espera del inicio de su nueva realidad, la realidad procesal en la que se definiría si quedarán o no privados de su libertad mientras el proceso tiene lugar. Ellos, los jóvenes capturados, tenían en sus muñecas, las “esposas” pérdidas de los policías, las que les apretaban e incomodaban, porque eso es lo que se siente cuando te quitan la libertad, es incómodo y aprieta el pecho como si te quitarán el aire. Yo, mientras tanto, veía a mi cliente, intentando que él me viera para indicarle que guarde compostura, pues no solo hay que ser inocente sino también parecerlo, y mostrar empatía por el dolor ajeno. Me hace caso.
Todos los que allí estábamos, esperábamos por la presencia de una persona, quizás mujer, u hombre, quien tendría a su cargo, definir la suerte de esos 7 hombres. Sabe él o ella, que primero escuchará a la Fiscalía y que de ella recibirá la narración de unos hechos que deben describir lo que ha ocurrido. ¿Cómo lo han matado? ¿A qué hora lo han hecho? ¿Quienes han sido? ¿Por qué lo han hecho?. También espera que el Fiscal, le enseñe los elementos de convicción en los que sustentará la petición de prisión preventiva. – Si es un caso de homicidio, cometido por 7 hombres, debe pedir prisión, piensa el o la Juez-. Después será el turno del ministerio público y finalmente de todos los defensores. De estos últimos, escuchara un contra argumento que tratará de convencerlo o convencerla de que su cliente no ha participado en el homicidio de ese hombre y además que, no es necesario que lo prive de su libertad preventivamente. Eso es lo que hice.
Al poco tiempo, un taconeo anunciaba el género de quien desde un oscuro pasillo hacía presencia. Una dama vestida con toga negra, la que arrastraba un poco tocando las baldosas del piso, recogiendo a su paso, el polvo, pero también, las gotas del sudor de los jóvenes capturados, las lágrimas que brotaban de los ojos de la madre del muerto, y los rastros de esperanza y de desesperanza que se expelen por todos los que tienen interés en el caso. La esperanza de recobrar la libertad, y la desesperanza de que no se haga justicia. Ella ingresó primero a la Sala, y se mantuvo de pie al lado de su silla, código y mazo, mientras todos ingresamos a esa estrecha sala y tomamos posición. El aire acondicionado no da abasto debido a la multitud que ha querido ingresar a la sala.
Murmullo, tras murmullo,
¡Asesinos… asesinos!
-Silencio por favor- se arrastran sillas, se abren y cierran códigos.
El aire acondicionado se apaga de repente, encienden ventiladores.
Los flash de las cámaras disparan como ráfagas de fusil.
-Todos de pie… preside la audiencia la señora Juez-
-Custodios quitenle los grilletes a los 7 hombres. Asistirán a la audiencia siendo libres-
-Señora juez mi micrófono no sirve-
-Señora Juez no hay suficientes sillas-
-Hace calor señora Juez-
-Todos los asistentes deben guardar silencio-
La Fiscalía tiene la palabra… Señora Juez este es el caso de un homicidio perpetrado por 7 hombres (…)
Ese calor, esas emociones, y sensaciones, en pandemia, ahora se sienten al otro lado de una pantalla de televisión, computador, tableta o celular. No es igual, claro que no. Ahora, las audiencias son “virtuales”, y el público puede acceder a ellas desde su oficina, casa, bus. Y las víctimas no tienen que ver a sus victimarios, y los medios pueden ver a los participantes en sus pantallas, etc. Se demostró y se sigue demostrando que la justicia penal ordinaria, ha recobrado el dinamismo y agilidad que había perdido debido a un sin número de causas, entre esas, la falta de más jueces, fiscales, defensores públicos e investigadores. Ahora, algunos que nunca han sentido el calor de la toga, quieren que retornemos a la presencialidad, a esa plazoleta, a esa sala de audiencias sin aire acondicionado, con micrófonos dañados, y no puedo dejar de pensar en que, vamos a retroceder a 2006 cuando todo empezó y que, los muertos que dejó el Covid19 desde que la pandemia inició en el 2020, serán borradas, por la decisión de 92 que no han estado allí, en Barrancabermeja, en esa plazoleta dentro de esa sala de audiencia, y un magistrado que no se ha sentado en la silla de un Juez Penal.
0 37827 Me Gusta