Una congregación de indios, haciéndose ciudad alrededor de una capilla de nombre Dolores, no sería más que la premonición de la historia que viviría nuestra hermosa ciudad.
El centro histórico de Bucaramanga vivió de la magia del comercio y del recuerdo de esos momentos que rememoran en nosotros cada una de sus esquinas. Una empanada o un “raspao” -de esos que se endulzaban con mucho amor, pero con poquita Lechera- ya hacen parte de esa memoria gastronómica de nuestra ciudad que hoy está a punto de fallecer.
El comercio, que era la vida del Centro, está desapareciendo ante la indolente mirada de un alcalde que no parece alcalde sino un buen sepulturero, que canta y baila ante la catástrofe acompañado por un círculo de jóvenes fiesteros que le ayudan a arengar la muerte del enfermo.
Los negocios locales son un paciente terminal que apenas sobrevive a muchos males, como la DIAN que con sus hostiles visitas logra hacer sentir delincuente a cualquier comerciante; o SAYCO Y ACINPRO que cual corista de misa se guarda la limosna de manera inquisitiva; una Cámara de Comercio que solo sirve para solucionar los problemas que ella misma crea, además del arriendo, el impuesto al arriendo y otro grupo más de males incontables.
Así fue como desde hace años, el Centro dejó de ser amable: un día las librerías desaparecieron de la Calle Real y se convirtieron en negocios de contrabando, sin Dios ni ley, ni que decir de los parques hoy a merced de la prostitución, las drogas y la delincuencia. Un paseo de sábado en la noche por sus pasadizos parece una mala película de bajo presupuesto de esas que al final producen miedo y desconfianza. El centro se convirtió en una zona oscura que no ofrece nada a muchas personas; un sobreviviente a las inversiones espumosas criollas que sacaron a codazos a sus nativos para abrir fugaces restaurantes y locales que hoy, ya clausurados, lo dejaron en el abandono y la zozobra.
Es curioso que un sobreviviente de la Guerra de los Mil Días, que desde su balcón observó ileso la Batalla de Palonegro, hoy muera por una mala planeación y un virus que lo derribó como su primera víctima mortal, corriendo de allí todo lo que fuera vida. Sabemos que el Centro puede resucitar cual Ave Fénix, pero requiere de una administración que sepa de cuidados intensivos y no de enterrar, de ahí que su futuro seguramente requiera de otro burgomaestre o que el actual despierte…o resucite.
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