-¿No le da miedo que lo maten?- le pregunté aquella mañana al ingeniero Rodolfo Hernández durante una reunión privada en sus oficinas ubicadas en el último piso del centro comercial Cabecera Cuarta Etapa de Bucaramanga.
¿pues si me matan que pasa? pues me muero, me entierran y ya, si fuera por miedo no estaría aquí- me respondió con su característico estilo desparpajado.
Recuerdo haberle formulado esa pregunta unos meses antes de la primera vuelta presidencial cuando se ubicó segundo en las encuestas solo superado por el hoy presidente Gustavo Petro.
También le pregunté: ¿está usted consciente de que tiene la seria posibilidad de ser el próximo presidente de Colombia? Se quedó callado poniendo cara de incrédulo y cambió el tema.
Ahora, luego de leer las declaraciones dadas a la revista SEMANA por su ex asesor, ex mano derecha y ex director político de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, Oscar Jahir Hernández, creo que nunca pensó seriamente en serlo. No se lo creyó y hasta es posible que le diera miedo ganar.
Rodolfo es de esos hombres que saben de lo que son capaces y de lo que no. Creo que él sabía que no estaba listo para ser presidente de Colombia. Recordé entonces que aquél animal político que tenía frente a mí, años atrás había recibido la noticia de su victoria en las elecciones para la alcaldía de Bucaramanga en su silencioso y confortable apartamento de Nueva York.
Cuando le pregunté qué pensaba de Petro me contestó: -es un hombre muy inteligente, de todos los candidatos es el más capaz, a ese si le cabe el país en la cabeza- como diciéndome insinuadamente, a mí no.
Pude percibir un hálito de admiración personal de su parte para con el hoy presidente, con quien además me contó se había reunido en varias ocasiones.
Hoy, luego de haber tenido virtualmente en sus manos la presidencia de la república que como una burbuja de jabón se le escapó entre sus dedos en un lapso de tres semanas, en gran parte debido a sus propios errores; el último de ellos haber renunciado al senado luego de su –no, pero sí- para ser la cabeza de la oposición al gobierno, muchos le acusan de traidor, especialmente los uribistas que lo apoyaron por inercia y desespero en la segunda vuelta presidencial, como si tuvieran algún derecho a reclamarle. Otros se refieren a él como un “cadáver político”.
Pienso que no. A pesar de sus errores estratégicos, de sus imprudencias, de su vacilación, de sus rencillas con sus antiguos socios y aliados, de lo conflictivo que es, Rodolfo sigue -por lo menos, por ahora- manteniendo el capital político necesario para influir en el destino político del departamento y la ciudad otro tiempo más. Incluso de resultar condenado por el caso Vitalogic.
Rodolfo es como Uribe. El que lo quiere, lo quiere, y yá. Sus fans Le perdonan todo. Por eso le basta con los Rodolfistas de sangre y no de segundas vueltas para seguir vivo en política.
Al final de aquella reunión que se extendió por casi dos horas, finalmente le pregunté, ¿y si no pasa a segunda vuelta que hace? Recuerdo que me dijo: apoyar a Petro y pedir un ministerio. –¿Cuál ministerio pediría usted? Me preguntó. -El de educación- le contesté. ¡No huevón, el de hacienda! Para cambiar este país hay que manejar es la chequera. -Exclamó-
La reunión finalizó ahí, nos despedimos, no sin antes regalarle un bom bom bum rojo que llevaba en mi bolsillo y que horas antes había tomado de encima de mi refrigerador al salir de mi casa para la reunión. ¿Y esto… por qué? –Me preguntó sorprendido por el inusual obsequio- Para que no vaya a dejar a los colombianos mamando -le respondí- y sonrió nerviosamente.
Si Rodolfo es un “cadáver político” entonces deberíamos comenzar a llamarlo “Lázaro Hernández” porque estoy casi seguro que resucitará. Para bien o para mal.
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