Muchos lo pregonan, lo anhelan, lo reclaman, lo discuten en sus tertulias ambientadas entre el aroma de una buena taza de café, pero cuando asoma la cabeza les incomoda o los asusta.
El cambio es necesario en un Estado decadente como el nuestro, colmado de desigualdad y conformista. Es necesario introducir reformas que permitan el bienestar de muchos y no de pocos. Que el nuestro sea efectivamente un Estado Social de Derecho como lo contempla la constitución liberal de 1991, donde se honren y se desarrollen integralmente los derechos humanos, donde se respete la vida y donde prevalezca el interés colectivo sobre el particular.
Creo que el cambio llegó y va a sacudir las estructuras del Estado y va a moldear a la sociedad haciéndola más solidaria y comprometida con nuevas responsabilidades. En mi larga vida, habiendo presenciado muchas elecciones presidenciales -19 aproximadamente- no había visto tantas propuestas de cambios en un gobierno que se acaba de instalar, no lleva 100 días, y ha sacudido el estado de marasmo e inactividad del Estado.
Reforma tributaria, ley de orden público o de paz total, ley de Escazú sobre conservación del medio ambiente entre otras, y las que ya vienen y se están adobando; la de la salud, la de las pensiones, la agraria, la política, todas ellas con reformas estructurales que animarán el debate y servirán de caldo de cultivo no solamente a los opositores del gobierno sino a todos los ciudadanos acostumbrados al statu quo, a aquellos a quienes les encanta la rutina, el conformismo o la comodidad así tengan penurias económicas, acostumbramos a ver a la patria en retroceso y a la pobreza en subienda.
He observado con perplejidad a muchos amigos que vociferaban por el cambio, que posaban de reformadores, de social demócratas. Hoy cuando éste toca a la puerta del Estado, no lo aceptan, lo cuestionan sin argumentos, se dejan llevar por columnistas u opinadores del establecimiento que no se sacuden del marasmo y de su calcificado pensamiento desde hace una centuria. Es decir, a estos contertulios les da pavor el cambio, prefieren que las cosas se mantengan tal como están lo que indica que solo exhibían etiquetas del pensamiento progresista prestadas para chicanear y mostrarse reformadores.
Un país en los primeros lugares del mundo en inequidad, con desbordantes tasas de pobreza, con guerrilla y paramilitares, en guerra aún, con espirales de violencia asombrosa, con el campo y los campesinos abandonados, con millones de desplazados, con el narcotráfico corroyendo la institucionalidad, la política y la justicia, con una corrupción galopante de la que no escapa el sector privado, con una deuda pública asombrosa ¿no necesita cambiarse? ¡Vamos! -como dicen los españoles- no podemos ser tan indolentes y resistentes al cambio que necesita el país con semejante pasivo social a cuestas.
Ha de entenderse que el que llegó a gobernar no hace parte del establecimiento y que fue elegido por un pueblo inconforme y dolido, que además tiene la legitimidad que le dieron las urnas para proponer cambios al estado de cosas que afectan a los colombianos.
¡Bienvenidos los cambios, no podemos seguir en las mismas otros 100 años!
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