Los hechos que asombrarían y causarían rechazo al mas desprevenido ciudadano del mundo, a nosotros los colombianos ya no nos inmutan. Nos acostumbramos a vivir en el filo del precipicio, a contemplar impávidos el despeñadero institucional, a que se vulnere la constitución y los derechos fundamentales, a contemplar que cualquiera sin preparación, sin méritos y sin experiencia, sólo con populismo, llegue a las cumbres del poder, a que la justicia se tuerza y pierda su majestad, a que la clase política le dé la espalda a los problemas neurálgicos del país y se enriquezca con la contratación pública, a considerar el narcotráfico como paisaje natural que impulsa la economía mientras los gringos se drogan o se la fuman, a convivir con el crimen, a contemplar como normal el escenario de sangre que vierten en los campos y regiones apartadas los líderes sociales que defienden del hampa y del narcotráfico sus territorios, a mirar con desdén a los campesinos y confinarlos al abandono y la pobreza, a considerar las desapariciones y muertes de jóvenes rebeldes como algo que se merecían por protestar y marchar, a justificar el atraco callejero por tener como causa la pobreza, a observar con frialdad como se irrespeta a mujeres y hombres mayores y se les conculcan sus derechos porque ya van de salida, a contemplar con naturalidad que se violen niños y se cometan femenicidios, a considerar la intolerancia como algo normal, a inclinarse y rendir pleitesía al funcionario público y político corrupto que ostenta el poder público y logra con sus fechorías ascender en el estrato social y económico, sintiéndose orgullosos de ser sus amigos y vecinos a cambio de un mendrugo , a vanagloriar e imitar al patán y vulgar pelafustán, mal hablado, incorporando su léxico en el lenguaje diario, a irrespetar a la autoridad y pasarse por la faja la ley, a considerar que entre se sea menos culto, más agresivo, más patán doblegará a los ciudadanos de bien y se conseguirá lo que se desea, a contemplar la pobreza, el desempleo y la explotación laboral como un simple resultado de las leyes del mercado y la economía, a tener el peor sistema de salud donde los enfermos mueren en las puertas de los hospitales, donde no hay atención oportuna en cirugías, donde no hay medicamentos, donde se necesita acudir a la tutela para lograr la atención adecuada, a tolerar el enriquecimiento desmedido del sector financiero a costa del dinero de millones de ahorradores, a permitir que las multinacionales exploten las reservas naturales, los minerales y el petróleo a costa de la destrucción del medio ambiente y no retribuyan al Estado con impuestos suficientes.
Me aparto en este momento de ese tétrico y trágico escenario para seguir soñando que algún día cambiará este estado de cosas y que una nueva generación de colombianos lo lograrán seguramente cuando muchos de nosotros ya nos hayamos ido al infinito.
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