El inicio. – La entrevista.
La primera vez que lo ví, fue el día que ingresó por la estrecha puerta que permite el acceso hacia el cuarto de entrevistas. A diferencia de la sala de audiencia, el aire acondicionado aquí sí funciona. He llegado tan rápido como he podido luego de que el director de la oficina de Defensa Pública me asignara el caso. Es un cuarto bastante estrecho pero cómodo. Hay un computador de mesa, y una impresora. Llevo conmigo siempre una pequeña grabadora y mi cuaderno de notas. Líneas que construyen renglones, que a su vez edifican párrafos que ocupan más y más hojas llenas de tristeza, de rabia, de explicaciones, algunas banales y otras con suficiente peso como para doblegar la coraza de cualquiera.
Tocan a la puerta. Siga. Ese instante, ese momento, no deja de impresionarme, pues en contados segundos conoceré a quien, si logro ganarme su confianza, defenderé durante años, porque años es lo que demora un caso judicial en Colombia. Se abre la puerta. Entra un joven, de estatura más o menos 1 metro y 85 centímetros, delgado, cabello color negro, y tan largo que rozaba sus hombros. En sus ojos color café, vidriosos, alcancé a percibir el miedo y la angustia que solo, los grilletes metálicos provocan. Le pido al Policía que está a su lado, que se los quite, aquí no será necesario, porque aquí, en este cuarto, no hay culpables, y me niego a entrevistar a un inocente amarrado de manos. Primero el grillete de la mano derecha y luego el de la izquierda, el sonido que hacen es inconfundible, ¿Por qué no las hacen de plástico?. Él se frota las muñecas como buscando que la sangre de nuevo circule libremente. Acto seguido, se deja tumbar sobre la silla metálica, entrelaza sus manos y apoya los codos en la mesa, me mira por un instante, agacha la cabeza y casi de inmediato inicia nuestra conversación.
DETENIDO: ¿Quién es usted?
DEFENSOR: Soy tú abogado, y me puedes decir ZAPATA. El Estado me ha asignado tú caso a menos que tengas recursos económicos para pagar uno de confianza. Tienes derecho a que un abogado te asista, te represente, ¿Cómo es tu nombre?
DETENIDO: Alejandro, dígame ALEJO y no, no tengo plata y mi mamá tampoco, mi Papá, a él no le conocí. Ayúdeme. ¿Qué pasará conmigo ahora? Yo no he hecho nada, ¿Por qué estoy aquí?
ZAPATA: Vale, no te preocupes, te he dicho que a mi no tienes que pagarme nada. Soy abogado penalista, y en algunas horas vamos a tener que comparecer ante un juez para definir si tu captura ha sido correcta. Luego, escucharás los hechos que el Fiscal considera has cometido, y seguro pedirá prisión preventiva. Hasta donde se nos ha comunicado, tú pudiste estar involucrado en la muerte de un Joven, de un hijo, de un hermano, de uno como tú. Te juzgarán por homicidio.
ALEJO: Homicidio, pero si yo no he matado a nadie. Yo no he sido el que ha matado a ese Joven, soy inocente. Por favor ayúdeme.
ZAPATA: Tienes que saber que en este punto, tengo muy poca información, y que es muy importante que me cuentes todo lo que ha ocurrido en relación con la muerte de ese Joven, y quiero que sepas que, cualquier cosa que me digas, incluso la más grave, solo quedará entre tú y yo, no saldrá de este cuarto, tienes que contarme la verdad, es la única forma en que te pueda ayudar. Yo tengo la obligación de guardar tu secreto. Y créeme soy muy bueno guardándolos.
ALEJO: Abogado, no he hecho nada, soy inocente, no tengo mucho que contarle, yo estaba ahí, en ese parque, y habían muchas personas, todos Jóvenes, todos estábamos tomando, o habíamos estado haciéndolo. De repente, llegó uno que no estaba ahí, en ese parque. Cruzó palabras con otros que estaban ahí desde hacía un rato, se insultaron, luego se empujaron, se armó una pelea. Desde dónde yo estaba, junto al carro de perros calientes, no veía muy bien quienes eran los que peleaban, así que me acerque lo que más pude para mirar. Fui corriendo porque no me quería perder la pelea. Lo acepto. Eso fue todo. No tengo más que contarle. Ayúdeme, soy inocente.
ZAPATA: ¿Tú, has golpeado a alguien ese día, en esa pelea?
ALEJO: No, se lo juro que no le he pegado a nadie, solo me he acercado a mirar. Nada más.
ZAPATA: Te pido que seas sincero conmigo, créeme, soy la única persona en este momento, que además de tú mamá quiere ayudarte, y la única forma en que puedo hacerlo es si me cuentas la verdad. Si me mientes, si le mientes a tu abogado defensor, el único que va a resultar perjudicado serás tú. No creo que la Fiscalía haya solicitado una orden de captura en tú contra y que un Juez la haya emitido, solo por haber visto una pelea. Dime ¿Has golpeado a alguien en esa pelea?
De repente, se para, y golpea tan fuerte como sus fuerzas se lo permitieron la mesa de metal. Su cara, paso de color blanco a rojo, y sus ojos, me miraron tan fuerte como si quisiera meterlos en mi cabeza para allí gritarme que No. El Policía ingresó rápidamente y con sus dos manos posadas sobre sus hombros lo sentó de un solo golpe. Ante la amenaza de los grilletes metálicos, prometió calmarse.
ZAPATA: Cálmate ALEJO, es mi trabajo y necesito que comprendas la importancia de que me cuentes la verdad.
ALEJO: Ya le dije que No, no he golpeado a nadie, he estado ahí gritando, dele, dele, dele, como todos los demás, pero no he golpeado a nadie. Quizás algunos codazos para alejar al tumulto que se armó. ¿Me entiende? Había mucha gente, mucha, y era sofocante. Se armó como un círculo que rodeaba a los que estaban peleando. Quizás empuje a los que se estaban pegando, para que no se salieran del círculo, pero nada más. Y quizás con mis codos le pegue a tantos como pude en el círculo, para apartarlos de mí. Sentía como me apretaban así que con mis codos trataba de apartarlos. Nada más. A ese joven, a ese hijo, y hermano, a ese no le pegue Yo. Yo, yo debía detenerlos pero, pero no quise hacerlo, quería que pelearan, no lo sé Abogado, es algo que no se como explicarle.
ZAPATA: ¿Viste que paso con los que estaban peleando?
ALEJO: SI, que estaban peleando, pero en un momento me descuide porque una señorita me reclamó por haberle pegado un codazo y cuando volví la mirada al centro del círculo, ya el joven estaba boca arriba como temblando. Cuando ví eso, me dió mucho miedo y salí corriendo. Eso fue todo, se lo juro. Nada más. Al otro día en las noticias me enteré que ese man se había muerto, pero yo no lo golpeé. No sé más. Debí detener la pelea ¿verdad?
ZAPATA: Si, quizás eso debiste haber hecho, pero no lo hiciste, y ya no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Ahora, tengo que decirte que tu principal y mejor derecho es guardar silencio, y no aceptarás los cargos , vamos a trabajar en convencer a la Juez que no has sido tú uno de los que le ha pegado a ese Joven. No quiero que hables con nadie sin que yo esté presente, ah y prepárate porque vendrán horas difíciles.
El final- La decisión.
La madera del estrado ha perdido su color. La laca brillante con el tiempo ha cedido, o debería decir, el tiempo la ha hecho retroceder. La silla negra de la Juez, emite ruidos que solo son explicables por el uso que se le ha dado, y la espuma del asiento que antes se veía gruesa e imponente, ahora se asoma entre la tela, tímida, como ganas de dejar de existir. Allí está sentada la Juez. Ha vuelto después de dos horas de receso. Dos horas le ha tomado examinar tanto los argumentos como la evidencia que 8 abogados le han presentado. 1 abogado es el Fiscal, quien ha solicitado, enviar a los 7 Jóvenes a prisión preventiva, y 7 Abogados, entre mujeres y hombres, quienes le hemos solicitado, con argumentos distintos y con evidencias diferentes que, no los envíe a prisión. Además, 2 argumentos adicionales ha debido estudiar, los del Abogado de las víctimas y del ministerio público.
El examen ha ocurrido en la intimidad del despacho de la Señora Juez. Entre libros de derecho penal y procesal penal, acompañada de gacetas y jurisprudencia apilada y organizada por temas. Allí en dónde las miradas de todos no la alcanzan y los murmullos no se escuchan. Allí en su obligada soledad ha tomado una decisión que ahora deberá comunicar ante todos y de manera verbal. Durante esas dos horas, no deje de mirar el resplandor que emitía la luz del despacho de la Juez, y no pude dejar de pensar en la soledad que se debe sentir al despachar justicia.
Inicia la lectura de la decisión, y de inmediato vuelvo a mirar a ALEJO. Ahora ya no está rojo, y tampoco blanco, sino tan pálido como solo alguien que está perdiendo su alma puede estarlo. Baja su cabeza como pidiendo clemencia y aprieta tan fuerte sus manos, como si quisiera que su ruego silencioso se escuchara a gritos en el cielo. Una gota de sudor se desprende de su cien y luego le acompañan otras que en fila india no dejan de aparecer. Las lágrimas ya no asombran, no han dejado de salir de sus ojos desde el momento en que fue capturado, quizás de manera intermitente pero nunca dejaron de estar ahí, al filo de su párpado inferior. Observó como se mueve una y otra vez su manzana de adán y entiendo que tiene sed. Su pecho se mueve más rápido, como buscando aire, está ahogado. No puede respirar. Tiene miedo. No soy capaz de prestar atención a la decisión, pues solo me interesa que ALEJO no se desmaye o peor, que sufra un ataque cardiaco. Todo pasa en cámara lenta y mis sentidos se agudizan. No he podido mirar un solo instante a la Juez.
De repente, veo que ALEJO alza su cara, las lágrimas retroceden, y el sudor se detiene, ya no circula hacia su cuello sino que se ancla ahí, en su mejilla, en su cien. Sus manos se liberan, y su color regresa, es blanco de nuevo, y en ese instante, vuelve a mirarme. Se incorpora en sus delgadas y temblorosas piernas, apoya sus manos en la mesa de madera y erguido se abalanza hacia mí. Le toma apenas 3 pasos en alcanzarme y me da un abrazo tan fuerte que a esa hora solo es posible gracias a la adrenalina y por segunda vez, en esta historia, me dice gracias, pero esta vez, me ensordece. Lo ha gritado tan fuerte que me provoca un pitido insoportable pero que perdonó. La Juez había decidido no privarlo de su libertad. Los argumentos presentados por la defensa, la habían convencido de las sombras que se asomaban en la evidencia presentada por la Fiscalía y por ahora, y durante el transcurso del Juicio podría seguir en libertad. Esta misma suerte no le brilló a todos por igual pues, a cuatro de los siete si les fue arrebatada su libertad.
Fue un abrazo honesto y lleno de gratitud el que ALEJO me dio, y aún lo recuerdo, porque ese día, o debería decir, a partir de ese día, no tengo dudas de que, soy adicto al calor que solo la toga de un o una juez penal produce.
FIN.
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2 comments
Algo egocéntrico. No debería ser el calor de la toga lo que le motive en su trabajo sino lograr la justicia. Los que pagan a jueces por ejemplo reciben demasiado calor de togas, no en vano un cartel se llama así. Lograr la justicia no siempre es ganar los juicios, en todo caso.
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