La primera vez que leí Cien Años de Soledad por allá por 1998, quedé mas perdido que el hijo de Lindbergh. Los homónimos con los que bautizó el genio creador de García Márquez a la descendencia de la dinastía Buendía terminaron desorientándome.
Atribuí mi confusión a dos cosas: a mi dificultad para las matemáticas; (como cuando se juega rummy y se recuerdan algunas fichas y se imaginan diez mil jugadas y luego en la práctica comprobar que solo funcionan dos, para los que siguen pensando que jugar ajedrez los hace mas inteligentes) y a que no soy rápido para pensar; defecto que me reproché muchas veces hasta que me dí cuenta de que lo que en principio parecía una falencia, -quizá lo era en realidad- terminó -creo- siendo una virtud: como soy lento tengo la oportunidad de ser un poco mas profundo. Lento pero profundo y prospectivo. Ya ven; ser lento para pensar no siempre resulta ser un defecto de fábrica.
Luego intenté leerla otras cuantas veces, pero siempre me aburría y la dejaba a medio terminar, por olvidar cuál era quién y quién era cuál. Problemas de memoria, pereza mental o simplemente odio a las matemáticas, esta última seguramente producto de mis primeras experiencias traumáticas con esa cosa llena de signos incomprensibles que pretende ser exacta, medirlo y explicarlo todo pero que últimamente con la física cuántica no parece ser tal.
Lo confieso: siempre he confiado más en las letras que en los números porque la historia de la humanidad se escribe con letras no con números. La libertad está en las letras, la esclavitud de la “certeza”, en los números.
Lo cierto es que luego de ver la miniserie de Netflix basada en la magistral novela de García Márquez pude por fin entender y sobre todo recordar el orden y los nombres de los protagonistas. Ahí me di cuenta de que soy visual, muy visual.
Me percaté de que Cien Años de Soledad, no es una novela sobre una familia. Es la historia misma de la humanidad. Es la historia del surgimiento de la familia, la propiedad privada y el Estado, de las ideologías, la religión y la política; y consecuencialmente, de la violencia, magistralmente contextualizadas por el Nobel desde cada una de las individualísimas visiones de cada personaje.
La alquimia y la magia, la izquierda y la derecha, el idealismo y el materialismo, el empirismo y el racionalismo, la libertad de los liberales y el orden de los conservadores, (ambos en nuestro escudo nacional bipartidista) godos y cachiporros, están ahí, tan evidentemente ocultos que abruman el pensamiento y el conocimiento.
Es general y a la vez particular. Es universal y profundamente individual. Como la infinitud de interpretaciones y significados que cada uno de los miles de millones de seres humanos que podríamos leerla o verla le podríamos atribuir.
Es la historia del mundo y del individuo al mismo tiempo. ¡Esa es su magia real!
Engels, Nietzsche, Freud, Kant, Sócrates, Platón, Aristóteles, Hume, Smith, Loocke, Spinoza, Agustín, Hermes Trismegisto, Zaratustra, Jesús De Nazareth, Descartes, Kuhn, Levi, Jung, Zuleta y hasta Marx están presentes en cada línea.
Es un “tratado” de conocimiento universal. Interdisciplinario. La completitud del conocimiento. Pero hay que tener bases para comprenderlo. Si no las tienes, no lo entiendes.
Mas allá de las discusiones de los críticos especializados sobre lo buena o mala que pueda ser la producción, pienso que tanto el texto como la miniserie debería ser material obligado de consulta en las materias de filosofía, ideas políticas, sistemas políticos y filosofía del derecho.
La humanidad está retornando a ser audio-visual, como al principio, cuando en las sinagogas, el ágora y la academia el conocimiento se transmitía de manera oral y visual. Tal y como el mismo “Gabo” confesó que se inspiró: en las historias que le contaba su abuela.
Siempre he pensado -contrario a lo que muchos piensan- que la mejor y mas didáctica forma de transmitir conocimiento es la oralidad, no el texto. El mundo fue creado con la palabra.
Luego de varias centurias en los que la humanidad ocultó el conocimiento en los textos en idiomas herméticos (hebreo, griego, latín, árabe, védico, arameo, sumerio y sánscrito) retornamos a la oralidad audio – visual de las redes sociales. La democratización del conocimiento. El árbol de la de la ciencia del bien y del mal está en la mitad del huerto, al alcance de todo el que quiera morder la manzana.
Lo escribo porque cada vez la humanidad lee menos, prefiere ver y escuchar más. Y eso no es ni bueno, ni malo. -Como siempre indaga un amigo- Es lo que es. El mundo y la humanidad que tenemos. Los recursos que usamos hoy. Hay que aprovecharlos.
Creo que “Gabo” fue un farsante. Nunca quiso escribir una novela literaria sino un auténtico tratado de filosofía.
Véanse y escúchense la mini-serie de Cien Años de Soledad. Léanse nuevamente el texto, deliren, imaginen, conspiren y me cuentan…
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