En nuestro país, parece que valoramos más la astucia que la franqueza. Nuestras preferencias están orientadas a mantener las negociaciones en la penumbra, donde nadie pueda vernos, utilizando una retórica en su máxima expresión y con la parresia oculta. Es hora de saber si los ciudadanos ya se están cansando de este juego o si tal vez merecemos el título de “país masoquista” por permitirlo.
Cada dos (y a veces incluso más seguido), llega la temporada electoral, y con ella el juego de siempre: las preguntas sin respuesta, las estrategias ocultas, pero obvias para todos. ¿Quién está respaldado por el alcalde? ¿A quién apoya el gobernador? ¿Quién es el candidato del presidente? Nos gusta que estas respuestas permanezcan en la sombra, que nadie se percate del todo, pero que, paradójicamente, el mensaje quede tan claro como el agua.
Un ejemplo de esa postura es que muchos prefieren ver al alcalde Daniel Quintero sentado en un carro metiendo primera y anunciando el “Cambio” que renunciando a su cargo para hacerlo de frente, en la calle, con la camiseta puesta, aunque con pocas probabilidades de éxito. Ahora pretenden sacar una ley que no le permita a los alcaldes renunciar a su cargo, tan vinculada a la casuística que se llamará “La Ley Quintero”, válgame Dios.

Creo que ha llegado el momento para el país de cuestionar todas las normas que prohíben a los políticos hacer política, es decir, apoyar y participar activamente en las campañas a favor de los candidatos de su preferencia. En primer lugar, porque no van a respetar dicha ley y, en segundo lugar, porque al final todos nos enteramos de quién es o no el sucesor, el bendecido y afortunado. La cuestión es: ¿Por qué no permitir que sean abiertos y directos, con la ciudadanía observando de cerca, de modo que puedan ser juzgados por sus acciones y premiados o castigados en consecuencia?
Sin embargo, en lugar de eso, lo que vemos en cada período electoral es un mensaje muy negativo para la democracia, con los señores del ejecutivo, es decir, alcaldes, gobernadores y hasta el presidente, enviando mensajes sutiles a la ciudadanía, buscando la reelección en cuerpo ajeno, como si no quisieran que se note, pero deseando que el mensaje llegue. Todos actuamos como si el elefante no solo no estuviera en la habitación, sino que tratamos de ignorar que está bailando y cantando sobre la mesa.
Liberemos a los políticos; claro que el debate debe ser más transparente, claro que se debe limitar el uso indebido de recursos públicos o las presiones que puedan existir sobre contratistas. Todos deberíamos poder participar en las elecciones de manera abierta y honesta, enviando un mensaje claro de democracia a las generaciones futuras. No les enseñemos que la trampa es la norma; en su lugar, promovamos que la política funcione de manera justa y transparente, abandonemos la hipocresía del “debería ser” y aceptemos la realidad tal como es.
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