Es probable que al momento de leer esta columna la mayoría de los lectores sostengan en su mano un dispositivo móvil para hacerlo, lo que es un claro indicador de lo integrados que están estos dispositivos en nuestra vida diaria. De hecho, podríamos considerarlos una extensión de nuestro cuerpo.
Además, es posible que algunos de ustedes se hayan sorprendido al notar cómo una conversación casual sobre algún tema termina convirtiéndose en una forma de publicidad en las redes sociales, o al ser bombardeados con publicidad digital de un producto que habíamos buscado en Internet hasta que finalmente cedemos a la tentación y lo compramos, o hasta que el sistema que se encarga de programar dicha publicidad se rinde.
Hace tan solo diez o quince años, estos escenarios habrían parecido una distopía pura, pero hoy en día, son una realidad. Nos hemos acostumbrado a ellos y ya no nos asustan tanto como deberían. Somos conscientes de que nuestros gustos y preferencias son determinados en gran parte por algoritmos o inteligencia artificial que no solo representan nuestras fantasías y deseos, sino que además tienen la capacidad de construirlos y crearlos, como advirtiera Zizek en su reflexión sobre el cine.
Estamos dispuestos a aceptar que las redes sociales construyen nuestras relaciones y que ya no hay una distinción clara entre el mundo virtual y el mundo real en cuanto a lo social. Ambos son igualmente reales, están allí y también nos determinan.
Lo que no hemos logrado aceptar es la influencia del régimen de la información sobre los asuntos de la política, sabemos que existe, pero actuamos como si no lo supiéramos, no nos gusta sentir que nuestro voto ha sido influenciado, podemos incluso tomar una actitud crítica pero no aceptar que votamos de forma inconsciente. Por otro lado, los políticos han entendido que si no se actualizan en las formas de manipulación de sus electores mediante el uso de las redes sociales y la comunicación digital pronto estarán fuera del escenario.
Vale la pena entonces preguntarnos: ¿Hacia dónde nos lleva la existencia de un sistema que nos motiva a tomar posturas políticas de la misma forma en que compramos zapatos?
Esta pregunta la plantea el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro “Infocracia: la digitalización y la crisis de la democracia”. Según Han, la democracia está en crisis debido a que la tecnología ha permeado todos los aspectos de nuestra vida contemporánea. La sobrecarga de información nos deja vulnerables a la manipulación, y la opinión ciudadana se forma a través de noticias falsas, información sesgada y errónea. Todo esto genera una erosión y desconfianza en las instituciones políticas y democráticas. Este escenario descrito por Han ya no es una proyección futura, sino una realidad que vivimos hoy en día.
Los personajes que se mueven en la política mediante el uso concentrado de las redes sociales tienen una necesidad permanente de figuración, de ser noticia o, mejor dicho, de ser viralizados. Todos los días tienen que contar un cuento diferente, como Sherezade en “Las mil y una noches”, que noche tras noche tenía que contar un cuento para evitar su ejecución. Son presas de la opinión y deben construir un mundo político completamente polarizado, lleno de emociones -sobre todo negativas- para que la gente pueda indignarse, darle “like” y “compartir”, y por último, determinar su voto.
Por lo tanto, piense que, si su voto está siendo promovido por un sistema de valores que se sustenta en la indignación más que en la esperanza o en un sistema de ideas sólido, puede estar siendo manipulado, como la última vez que realizó una compra impulsiva que le dejó una deuda, un producto inútil que no mejoró en ningún aspecto su corta existencia.
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1 comment
Excelente definición de como la sociedad ha cambiado y que cada día aunque sea para mejorar la vida, se ha perdido valores.
Felicidades me gusto muchísimo