Aunque para muchos pasó casi inadvertido, el pasado domingo 23 de abril celebramos el día del idioma castellano y el del libro.
El idioma, ese compañero de viajes por la vida que en nuestros primeros meses ya estaba obligándonos a balbucear ‘ma’ o ‘pá’, simplemente, pero que a nuestros padres, hilarantes de gozo, les parecía que eran las primeras manifestaciones de un orador en potencia.
El idioma se expresa escrito, oral y poéticamente, siendo esto último el grado más superlativo pues requiere mucha sensibilidad para poder expresarse y más para poder transmitirlo.
El premio nobel español Vicente Aleixandre escribió: ‘el lóbulo rosado donde con diente pérfido/ mi marfil incrustara tropical en tu siesta/no mataría nunca/ aunque diera mi vida/ al morder dulcemente/ sólo un sueño de carne…’
Qué enredijo tan retorcido para contarnos intimidades de su erotismo latente, vivo y crudo, totalmente opuesto a las versificaciones del Indio Rómulo con su brutal y risueño coplerío muy cercano a la coprología.
Es el idioma en su plenitud y para eso es: para manifestar sentimientos, odios, fidelidades, gracejos, saludos, felicidades, etc.
Hay palabras bellas en nuestro idioma y horripilantes también. Para mi gusto me suenan muy plácidas ‘diáfano, lapislázuli, neblina, discreción, arrobamiento y más; y de las horribles todas las terminadas en ‘rrea’ que no las escribo porque no me gusta la verborrea.
Además hay muchas novedades idiomáticas entre las nuevas generaciones, los manes quinceañeros. Allá ellos con sus bienvenidas creaciones.
La oratoria, esa expresividad altisonante cuando el repentismo tiene sensatez, está pleno de cordura y estallaba en las plazas repletas de fanáticos, me conmueve. Gaitán atraía furibundos hinchas por sus arrebatos de elocuencia brillante: ‘¡ ..porque nosotros, señor presidente, no somos cobardes..! ¡Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado..!
Palabras enardecidas contra Mariano Ospina Pérez en su oración por la paz. Ni un aplauso pues además era una marcha silenciosa y con banderas negras.
No olvidemos los discursos radiales de Lleras Camargo ni su oratoria escrita en sesudos párrafos hechos libros.
Hay de todo en este jardín florido del idioma aunque no faltan quienes dejan sus excrementos verbales y escritos sobre sus pétalos coloridos y perfumados que también son válidos pues son una expresión de odios y amarguras inevitables.
Hay otras formas de comunicación humana, otros idiomas no verbales: la pintura, la música, la escultura que tratan de expresarse a su manera y con la ventaja de no mostrar fallas de ortografía ni de sintaxis, ni arcaísmos como’haigan’ o ‘naides’.
Hablar sobre el hablar es para largo; sería un ensayo para varios tomos, que puestos en hilera sería abarcar la distancia que hay entre el Instituto Caro y Cuervo en Bogotá hasta la provincia de Castilla y Aragón, en la madre patria, donde nació el castellano. Lo intentaremos otro día.
Aparte, pero sobre lo mismo, en estos días hay Feria del Libro en Bogotá. Es un desfile silencioso, ceremonial, de amantes de las lecturas donde se encuentra de todo: desde nobeles de literatura, inmerecidos algunos, hasta títulos de los merecidos pero a quienes nunca galardonaron, hasta libracos de autoayudas, banalidades de Paulo Coelho hasta la historia de Sábados Felices con prólogo de Alfonso López Michelsen y epílogo de Alfonso Lizarazo; publicaciones mezcladas como si fueran de la misma estirpe y calidad: la revista alemana Der Spiegel junto a Semana, tremenda mezcla, una gigantesca aberración.
La embajada alemana ha debido enviar una nota de protesta a los organizadores de la feria: es una afrenta poner una longaniza de Frankfurt al lado de una sopa de hígado cirrocítico. ¡Augh..!
Muy atractiva la Feria, muy malo que se cobre la entrada a los que vamos a mirar solapas pues no hay recursos para comprar algo, ni siquiera el almanaque Bristol.
Para no perder la caminada pagué. Quería comprar la edición que imprimió la RAE de Cien años de Soledad. No me alcanzaba sino para comprar cuarenta pero de tanto regatear ese precio fijo, de pura conmiseración con el suscrito, me dejaron por ese valor ‘Cincuenta años de soledad’.
El papel está caro. Debe ser ‘Por culpa de Petro’.
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