A comienzos del año 1968 yo tenía once años. Llegué de Capitanejo a Málaga y mi padre subía el equipaje hacia los dormitorios comunes del colegio e internado Custodio García Rovira, mejor conocido como ‘El Custodio’. Era una maleta nueva de cuero con un avión impreso. Como ya empezaba a tener sentido de la estética me pareció una imagen espantosa, casi que indecorosa, de la cual pensaba que si hubiera sido un avión recién estrellado habría quedado mejor.

Nos esperaba en las gradas el padre Carvajal, rector y amigo de mi padre Samuel. Me puso una mano pesada en la cabeza y dijo: ‘conque este es el jovencito’. Me dio la impresión de que estaba esperando a un condenado a prisión.
Fue un periodo corto de sentimientos encontrados pues me sentía como un huérfano inconsolable y, al mismo tiempo, con un espíritu festivo por esa experiencia nueva para mí. Los martes había misa en la pequeña capilla y los miércoles la cena era unos macarrones hervidos con una salsa indescifrable que jamás volví a probar. Milton Flórez de Concepción y Alfredo Basto de El Cerrito esperaban el momento feliz en que yo alejaba el plato para lanzarse sobre él con un apetito de náufragos recién rescatados. Comían hasta tornillos.
El profesor de educación física, Hernando Sánchez, nos ponía a dar vueltas al trote alrededor de la cancha de fútbol y yo siempre rezagado pues en esa altura me faltaba oxígeno. Venía yo de clima caliente y él nunca entendió mis ahogos.
Gilberto Sánchez nos enseñaba dibujo. Las clases eran un ritual de tratar de dibujar igual una figura impresa en una cartilla: un pájaro, una casa campestre, un armadillo. Nunca supe si el profesor Gilberto sabía dibujar.
Las noches en la biblioteca eran para que hiciéramos tareas. El vigilante, un maestro del que no recuerdo su nombre, era una figura patética, medio siniestra que usaba un sobretodo negro y unas gafas diminutas que lo veían todo y movía sus ojos como un camaleón en plan de caza y siempre lo asocié con la imagen de un murciélago. Cuando empezaba yo a cabecear me mandaba a las duchas a que me mojara la cabeza.
A las cinco de la mañana atravesábamos el patio a tientas pues la neblina espesa de esas horas no permitía ver más allá de nuestra nariz. En los baños comunes, todos en calzoncillos, parecíamos gelatinas emparamadas que nos chocábamos unos con otros en ese frío pertinaz.
Los domingos desfilábamos con saco y corbata siguiendo la banda de guerra – su nombre de la época-, desde el aeropuerto hasta la iglesia principal. Esa fanfarria de cornetas desafinadas pero bien intencionadas nos llevaba hasta la nave central y a los chicos del Instituto Industrial y del Custodio siempre nos tocaba de pie pues las bancas de la derecha eran exclusivas para las señoritas del Rosario y las de la izquierda para las damas de la Normal. Yo esperaba que terminara esa larga liturgia para aflojarme esa corbata que me asfixiaba y salía a probar, en el parque bellamente arborizado, unos helados de cono esplendorosos del que aún permanecen en mis sentidos su aroma y su sabor. Algunas veces entraba al matinal del teatro Bolívar a ver esas películas de Santo contra las momias de Guanajuato o de Antonio Aguilar y Cuco Sánchez. No había más pero eran jornadas gratísimas para nuestra edad.
Mis calificaciones eran todas en rojo menos las de música. Esos tableros llenos de pentagramas con corcheas y semicorcheas sin sonido se alegraban con la voz magnífica de uno de los hermanos Leal que venían, creo, de Carcasí. Mi condiscípulo tenía una floritura en su canto de gorrión libre, de una impetuosidad simple pero explosiva. Bella. ‘Doce cascabeles lleva mi caballo/ por la carretera…’, recuerdo.
En las vacaciones de mitad de año ya tenía el año perdido y no volví. Me quedé en mi Capitanejo oyendo por radio la visita del Papa Paulo Sexto a Colombia, la Vuelta a Colombia en bicicleta que la ganó Pedro J, Sánchez, ‘el león del Tolima’ y los partidos del fútbol profesional que coronó, ese año, al Unión Magdalena. También leyendo los columnistas de El Espectador, de El Siglo y dibujando.
Hasta aquí llegué. Aunque esta nota parezca desapacible es todo lo contrario: una nostálgica rememoranza de ese colegio del que conservo experiencias un tanto bruscas y satisfacciones al por mayor..
El ‘Custodio’ se está cayendo a pedazos, ni con tutela han logrado los Malagueños que el Gobernador de Santander gire los recursos para garantizar su funcionamiento y dotación…!parece que tiene otras prioridades!
Esto podría ser más largo pero no quiero aburrirlos, como decía Azorín, ‘con los minúsculos acontecimientos de mi vida prosaica’.
Felices días.
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