Lo más amable que he escuchado sobre los clanes era un programa de variedades, no recuerdo si en radio o en televisión, -noten la cercanía de la memoria- llamado ‘El Club del Clan’ que eran grupos de cantantes juveniles reunidos en camaradería para alegrar las tardes. Indudablemente una bella organización que no era descendiente de un ancestro notable, de un jefe tribal, o, por extensión, de un Cacique.
El clan era una institución familiar respetable y respetuosa. Hasta en el fútbol existió el Clan de ´Los paqueticos’ y de ‘Los Pitirris’. Desde el comienzo de la historia humana han existido los clanes.
Toda esta grata conformación se fue perdiendo entre las neblinas del pasado y los pocos dignos rastros que aún existen no sé en qué bosque perdido estarán.
El escritor italiano Mario Puzo nos trajo una historia de lo que ya no era un Clan pleno en su majestad sino una familia dantesca y tenebrosa cuya finalidad era acumular dinero con todo lo ilegal, sangriento y vengativo que tuviesen a la mano. Hasta una metralleta con pescuezo de iguana, de su uso diario, era como un relicario, su fe y que siempre tenían a la mano.
Una magnífica saga cinematográfica se rodó después y todavía permanece en la primera fila de nuestras preferencias.
Esas organizaciones patriarcales y mafiosas como La Cosa Nostra siciliana hasta hace pocos años hicieron nido en Nostra Colombia y ‘El Clan de los Ochoa’ fue la primera versión que echó raíces por estas lomas. ‘El Padrino’, Don Fabio, con ese DON de Corleone bien destacado, era un patriarca de abultado abdomen que sentado en su taburete de cuero de vaca regía todo el clan familiar mientras veía como los caballistas hacían un 8 con una A en sus circenses acrobacias de bestias finas y bien educadas.
Sus caballos de deslumbrante pelo era su manera fina de ocultar sus mafiosos negocios de narcotraficante desaforado. Cada uno de sus adorados cuadrúpedos costaba lo que pesaban en cocaína, vendida en el exterior.
Después llegó lo que llamaron eufemísticamente ‘Los Carteles’ que se tomaron el fútbol profesional colombiano como otra manera de purificar sus dólares, entre otras actividades comerciales más pudibundas.
Los carteles de los Rodríguez Orejuela y los Rodríguez Gacha se apoderaron del América de Cali y de Los Millonarios en Bogotá, respectivamente. Hubo más dinero para apostar, comprar o amenazar árbitros hasta que con el asesinato de uno de ellos, Alvaro Ortega, se tuvo que cancelar , que no suspender, el campeonato rentado de ese siniestro año de 1989 en que no hubo triunfador y ahí empezó a pervertirse hasta la podredumbre nuestro divertimiento dominical.
Este columnista publicó en esos años una caricatura en que se mostraba un anuncio de Millonarios en papel mural en que se mostraba todo lo concerniente a su próximo juego. Uno de los mirones del aviso señaló con el índice: ‘Ese es el ’cartel’ de Rodríguez Gacha’.
Toda esta podredumbre viscosa y verde empezó con don Hernán Botero, propietario del Atlético Nacional, luego extraditado a Estados Unidos por traficar estupefacientes a ese país.
Ronda en el recuerdo y en los diarios impresos de la época la foto del honorable antioqueño mostrándole al juez un fajo de dólares en un partido en que su equipo iba perdiendo, en una amenazante señal de que se le había vendido al adversario. Más que intimidante esa actitud.
Va todo este corto relato de los acontecimientos vividos desde los clanes admirables, luego mafiosos, hasta la llegada de los carteles siempre enredados en componendas no siempre muy puras.
En estas breñas santandereanas ya tenemos en Floridablanca el clan de los Mantilla en la alcaldía, y en Santander el Clan Aguilar; ambos empezaron como clanes y terminaron como ‘carteles’ que aunque no compran equipos de equipos de fútbol se apoderaron de la política, (o mejor, de la politiquería) en la ciudad y en el departamento.
El ‘jovencito’ Héctor Mantilla es su recomendado y será su cuarto apoderado en fila para ser el próximo gobernador, el mismo que siendo alcalde de Floridablanca hizo una prestidigitación como Mandrake y transformó mágicamente para su beneficio personal y el de terceros el Plan de Ordenamiento Territorial y lo que eran terrenos rurales se volvieron, de un día para otro, territorios urbanos.
Y felices los urbanizadores y, por supuesto, él.
Los Clanes son Carteles.
La ‘investigación’ está perdida entre tantos carteles.
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