Uno de los problemas que afronta el periodismo actual es la objetividad de la información que se brinda al público.
La proliferación de noticias falsas, conocidas como fake news, de informaciones tergiversadas, de titulares ambiguos en periódicos y revistas que inducen en error al lector, de juicios y opiniones personales que se convierten en “información”, son el pan de cada día, en la comunicación social actual.
Tal vez siempre ha sido así. El denominado “cuarto poder”, calificativo dado a la prensa y los medios de comunicación ha sido objeto de estudio y crítica desde hace mucho tiempo.
En su novela “1984” George Orwell ya denunciaba a comienzos del siglo pasado el poder de manipulación que podían llegar a tener los medios cuando eran utilizados como órganos de propaganda del Estado, luego en la posguerra los estudios sobre el uso de la propaganda durante el régimen nazi y mas recientemente la película mexicana “la dictadura perfecta” ratificaron las denuncias acerca de cómo los medios podían ser utilizados con ese fin.
Con la aparición de las redes sociales el problema se agravó. Porque la “opinión pública”: los receptores de la información (lectores, oyentes o televidentes) ya no solo están sometidos al riesgo de recibir información muchas veces falsa difundida por los “medios” sino también a los comentarios, “análisis” y “noticias” de toda clase de espontáneos comentaristas, opinadores y “analistas” que sin ningún rigor ético ni periodístico, y peor aún, -en algunos casos- con muy escasa formación cultural o académica elemental, divulgan afirmaciones que en la mayoría de las veces resultan falsas pero que mucha gente llega a tomar como información veraz.
Algunos comunicadores sociales, periodistas, periódicos, revistas, han venido incurriendo en la mala praxis de opinar cuando están informando, so pretexto de la libertad de expresión, lo cual -pienso- no es válido, ni riguroso, y mucho menos ético. Lo escribo porque he llegado a leer titulares de prensa tan ambiguos y capciosos que literalmente: opinan.
No es lo mismo informar que opinar. Como tampoco es lo mismo analizar que comentar. Todos suponen un ejercicio mental con presupuestos de verificación y objetivos diferentes. El reportero: informa, lo que ve, escucha y le consta porque lo está registrando. El presentador: lee información que no puede verificar. El columnista: puede hacer las dos cosas: informar u opinar, pero debería advertir a sus lectores sobre si lo que escribe es información o es opinión. El analista: analiza la información con rigor técnico o académico. El comentarista: comenta, opina, expresa su opinión su pensamiento sin ningún rigor.
Mucha atención, no estoy afirmando que los periodistas no puedan opinar …¡pero claro que pueden hacerlo! lo que estoy diciendo es que deben advertir a su público cuando pasan de informar a opinar. Por una razón fundamental: porque la mayor parte del público no puede distinguir en dónde termina la información de dónde comienza la opinión. Como ocurre con los asteriscos en los tele-comerciales de alimentos que no son medicamentos, pero que anuncian que mejoran la salud, y que de no advertirse, le pueden dejar la errada impresión a los televidentes de que son un medicamento y que por ende puede curarlos de alguna enfermedad.
Con respecto a la calidad y veracidad de la información en las redes sociales, Umberto Eco, filósofo y escritor italiano escribió dos frases que no comparto totalmente en su connotación pero que pienso podrían describir el problema en síntesis:
“internet es un peligro para el ignorante” -escribió Eco- para luego concluir: “las redes sociales le ha dado el derecho de hablar a legiones de idiotas” -Lapidario-
Cuando se informa -se supone- que estamos difundiendo información verificada y comprobada, a un público que entiende que está siendo informado; en cambio, cuando opinamos, estamos dando nuestra opinión personal sobre algo que muchas veces no nos consta, no tiene comprobación, pero es lo que pensamos sobre algo o alguien. Se me hace que es un problema de lealtad con uno mismo y con los lectores.
Por eso es tan importante distinguir cuando se informa de cuando se opina. Tanto para el comunicador, como para el receptor de la información.
La primera pregunta que deberíamos hacernos cuando leemos, vemos o escuchamos alguna información, “noticia”, titular o comentario tanto en “medios” (prensa, revistas, radio y televisión) como en las redes sociales debería ser:
¿El comunicador o medio que está dando la información está informando, opinando, analizando o comentando?
No pretendo con esta opinión abrogarme el derecho de dictar cátedra de ética periodística a los profesionales de esa disciplina, porque no soy periodista, ni comunicador social -aunque hubiese querido serlo- sino abogado de profesión, lector de oficio y escritor de columnas de opinión por pura casualidad…un opinador. En esta última tarea, siempre he intentado dejarle claro a mis lectores si estoy informando u opinando cuando antepongo la expresión: “Pienso que….” cuando no la uso, es porque estoy informando.
Ya que todos como humanos que somos – y debemos comenzar por admitirlo- estamos expuestos a los sesgos, a los prejuicios, e incluso a los intereses que pueden llegar a nublar nuestra objetividad deberíamos comenzar por ahí: por ser leales y decirle o hacerle saber de algún otro modo a nuestro público si estamos informando u opinando.
La invitación a los receptores, a la “opinión pública” es a discernir; y a los medios, periodistas y comunicadores a informarle a sus lectores, oyentes o televidentes, si están informando u opinando, porque son cosas esencialmente diferentes. Los comentaristas por su parte son eso: comentaristas, no se les puede exigir nada.
Es lo que pienso.
0 37827 Me Gusta