Con cierto desdén acudí a la sala de cine para ver la película Barbie, pensando que me encontraría con otra de esas películas taquilleras que no pasan de ser un rato agradable con alguna que otra carcajada forzada. En realidad, llevaba semanas esperando ansiosamente ver “Oppenheimer”, la obra maestra de Christopher Nolan, pero mis planes se desviaron por una pequeña negociación perdida en casa. ¡Quién lo diría! Una muñeca de plástico tuvo más poder que la bomba atómica.
Sin embargo, salí de la función completamente extasiado y lleno de palabras para compartir, y no solo en una conversación, ¡sino también para escribir! ¡Barbie ahora ha desbancado a todos los temas que tenía en mi lista de publicables para La Pluma de Gato! Y es que, antes de la película, Barbie era solo una muñeca estereotipada y superficial que imponía estándares de belleza inalcanzables para las mujeres.
Pero en la película, Barbie se enfrenta a una crisis de identidad, rompe el molde impuesto por Barbieland y se aventura a explorar el mundo real, haciéndose preguntas existenciales sobre la muerte. Es el dolor y esas preguntas lo que finalmente la llevan a descubrir quién es realmente y la impulsan a salir de su mundo rosado.
Así es, en nuestra época nos encontramos atrapados en una paradoja. Por un lado, nos exigen ser únicos y perfectos, pero al mismo tiempo, nos sumergen en una profunda alienación. Como si el dolor fuera una vergüenza que debemos ocultar a toda costa para destacar y cumplir con las expectativas de éxito que impone la sociedad o nosotros mismos. Nos venden la idea de que sentir dolor no es natural, que es un obstáculo para la felicidad. Ahora nos dicen que debemos ser siempre resilientes, aunque los índices de depresión estén por las nubes. Quizás estamos sobrecompensando con tanta positividad que encontramos en las redes sociales, ¡nuestro verdadero Barbieland!
Aquí es donde entra en escena el filósofo Sur Coreano Byung-Chul Han y su texto “La Sociedad Paliativa”. Él nos pone el espejo en la cara y critica nuestra negación del dolor, argumentando que al rechazarlo, perdemos una dimensión esencial de nuestra existencia, la que nos hace humanos. Y no, no es que nos invite a ser masoquistas y abrazar el dolor, ¡sino a aceptarlo como parte de la vida! Al centrarnos únicamente en la positividad y el rendimiento, nos vendemos una ilusión de felicidad, que tarde o temprano nos explotará en la cara, al igual que le sucedió a Barbie.

Han nos advierte sobre cómo esta sociedad hiperproductiva y consumista nos ha convertido en individuos esquizofrénicos que corren desesperadamente tras el éxito y la aprobación, solo para sentirnos vacíos y desconectados al final del día. Barbie, sin duda, nos enseñó muchas cosas valiosas. Se convierte en un símbolo de la lucha contra una vida superficial y sin dolor, enfrentando sus inseguridades y descubriendo la importancia de ser auténtica. Así que, ¡miremos más allá de las expectativas, propias y ajenas, y abracemos la singularidad de la vida! Y si alguna vez te ves en una disyuntiva entre una muñeca de plástico y una bomba atómica, ya sabes qué hacer… ¡cambia los planes y disfruta del espectáculo!
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2 comments
Que buen texto. La profundidad de la superficialidad. Felicitaciones a su autor.
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