Le manifesté hace muchas fechas al editor de esta pluma gatuna que no quería volver a tratar temas tan cíclicos y jartos y tan repetitivos como la politiquería y la corrupción, asuntos que ya están metidos hasta el aburrimiento en la memoria colectiva.
Hoy las circunstancias me obligaron a salirme del acuerdo.
La desazón que tenemos los columnistas de opinión es que nadie nos pone atención porque saben los lectores que no tenemos poder alguno para arreglar esos desajustes, que pasamos con un ‘qué bueno’ o con una aceptación que es intrascendente.
No somos poder judicial y el famoso ‘cuarto poder’ es una fantasía, una historia que debería verse con otra perspectiva, desde muchos ángulos.
Han habido en el planeta grandes opinadores del quehacer mundial, de sus regiones y hasta humoristas que tomaban esa labor muy en serio como Art Buchwald…, o algo así, a quién yo de niño leía traducido en El Espectador, o nuestro Lucas Caballero, Klim, quién dijo en su discurso de agradecimiento por el homenaje de desagravio por su salida de El Tiempo, muy tieso y solemne, que Alberto Lleras Camargo era el único colombiano ilustre que se podía lavar los dientes con la boca cerrada.
Lleras fue el gestor de la echada de Klim por sus ataques virulentos contra López Michelsen ,‘el compañero primo’, de quién manifestó en la misma oratoria que ‘Lleras había salido de la oficinas de la dirección del mentado diario ‘ con su ‘monareta’ y con la impunidad sentada en sus manubrios’.
En Colombia los columnistas generalmente no son profesionales del periodismo y por tanto no viven de ello.
Don Lucas sí fue un profesional dedicado. Muchos de ellos no lo son aunque sí que ejercen sus muy buenos oficios cuando manifiestan sus acertados criterios y generalmente ni honorarios reciben. Son constitucionalistas, abogados, magistrados, médicos, científicos y etc…
Daniel Samper Pizano es un ejemplo de un periodista de opinión profesional. No le conozco otro oficio en toda su vida a pesar de haberse titulado como abogado, labor que nunca ejerció.
No entiendo esa locura ni menos para ponerse en plan de defender lo indefendible o tener que escoger con guantes profilácticos a su distinguida clientela.
Viene todo este incómodo discurso por una carta abierta de una de las grandes periodistas colombianas como María Jimena Duzán, hija de otro inmenso de la opinión como Lucio Duzán, que escribía Hora Cero en El Espectador. Cuando su padre murió, en ese mismo diario le abrieron un espacio que ella llamó ‘Mi hora cero’.
Entendí que era muy joven y por ello sus notas eran demasiado pueriles.
Lucio Duzán era Galvis, de Curití , Santander, y nunca supe por qué se cambió el apellido a una manera de seudónimo.
La carta abierta de MJD al presidente, invocando que le cuente al país cuál es la terrible adicción que tiene, porque a su parecer es incoherente en su cotidianidad, y sin tener ninguna prueba de que sus aparentes desajustes mentales provienen de un vicio de adolescentes o de viejos tardíos, dejó en el aire ese cuestionamiento turbio entre los colombianos que lo apoyaron y, lo peor, entre sus oponentes, esa jauría de lobos envenenados por el odio de haber perdido contra un progresista a quién hace rato los dinosaurios quieren darle un golpe.
Sin duda, un golpe bajo, malintencionado, que nunca esperábamos de quién había sido un referente digno, de talante y estatura profesional hasta ese mal día.
Golpes bajos, duros, blandos o de opinión.
¿Qué nos pasa, María Jimena?
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